Cuando el gobernador Gavin Newsom anunció el 13 de enero que las personas mayores de 65 años eran elegibles para recibir la vacuna COVID-19, comencé a buscar frenéticamente, como muchos residentes del estado que tienen seres queridos mayores, información sobre cómo y dónde aquellas personas elegibles pueden recibir la vacuna. La búsqueda era para ayudar a mi abuela Lupe, de 90 años, a quien mi familia y yo cuidamos.
Las primeras semanas después de que se hizo el anuncio fueron caóticas y confusas, ya que cada condado tiene su propio plan de distribución de vacunas. Hice todo lo posible para mantenerme al día con la información más actualizada, que cambiaba continuamente. Incluso me comuniqué con el médico de mi abuela, que es parte del Alameda Health System, la red de hospitales del condado. La respuesta que recibí por correo electrónico fue desalentadora: “Nuestra organización ha establecido un grupo para dar seguimiento a la distribución de la vacuna contra el covid para nuestros pacientes mayores. En este momento, no está disponible. Cheque la próxima semana para ver si existe algún cambio.”
Al final resultó que, Alameda Health System no comenzó a vacunar a pacientes de 65 años o más hasta la semana pasada.
Un día a mediados de enero, mientras buscaba respuestas en Twitter, una plataforma de redes sociales, encontré esperanza en un tweet del periodista local de San Francisco, Joe Eskenazi, que decía que las personas mayores de 65 años podrían programar una cita a través de Kaiser, incluso si no eran miembros. Días más tarde supe que otros hospitales, incluido Sutter, también estaban programando citas para personas elegibles aunque no fueran pacientes. Después de algunos intentos fallidos, finalmente logré llamar por teléfono a un representante de Sutter para programar una cita para mi abuela, a mediados de febrero.
A pesar de que faltaba un mes, la cita se sintió como una pequeña victoria, una luz al final de un túnel oscuro y lleno de obstáculos. Una vez que terminé la llamada, envié un mensaje de texto a amigos que sabía que también tenían abuelos o padres que ya eran elegibles a recibir la vacuna. También me comuniqué con mi hermano, un asistente dental, que es elegible para la vacuna ya que contrajo COVID-19 durante el verano y estuvo sin trabajar durante un mes recuperándose.
Unos días después de programar la cita de mi abuela con Sutter, Stanford Medical anunció que también vacunaría a los no miembros mayores de 65 años (esas pautas han cambiado desde entonces). Decidí intentar, con la esperanza de conseguir una cita para el mes de enero para mi abuela. Encontré las instrucciones del sitio web de Stanford tan confusas como las de otros proveedores. Pero al día siguiente logré llamar y hablar con un representante que me ayudó a concertar una cita para finales de enero. Nuevamente, utilicé Twitter para proveer esta información, la cual ayudó a otros a programar citas para sus seres queridos.
Todo el proceso de programar una cita para mi abuela me llevó a darme cuenta de lo difícil que debe ser esto para aquellas personas mayores que no tienen a alguien que les ayude. Igual a aquellas que no saben o no tienen acceso al internet, o no hablan el idioma. ¿Cómo sabrían cómo agendar una cita?
Los datos de COVID-19 del Departamento Público del Condado de Alameda revelan que, si bien los residentes de 65 años o más representan el mayor número de vacunas administradas, parece haber disparidades en la distribución de vacunas dependiendo la raza. Los nativos americanos, los isleños del Pacífico y los afroamericanos están recibiendo la vacuna en cantidades mucho menores que los blancos en todo el condado.
El 31 de enero, llevé a mi abuela al sitio de vacunación de Stanford localizado en la ciudad de Emeryville. Stanford tiene varias ubicaciones en el Área de la Bahía, siendo Emeryville y Pleasanton las más cercanas para los residentes del condado de Alameda. Recibí mensajes de otras personas que se habían vacunado en el sitio de Pleasanton, quienes elogiaron lo rápido que fue todo el proceso. Esperaba que nuestra experiencia en Emeryville fuera similar.
Una vez que llegamos al estacionamiento, noté que los espacios se llenaban rápidamente y la gente estaba dando vueltas frenéticamente en busca de estacionamiento. Mi abuela usa una silla de ruedas, pero ninguno de los espacios de estacionamiento accesibles estaban disponibles. Después de unos minutos de dar vueltas, encontramos un lugar.
Cuando la saqué del coche, me sorprendió ver una línea larga que abarcaba el perímetro del estacionamiento. La gente que esperaba se preguntaba entre sí para quién era la línea, y pronto quedó claro que todos tenían que esperar sin importar si tenían o no una cita. Un hombre mayor, algunas personas delante de nosotros, arrastraba su tanque de oxígeno mientras avanzaba la línea. Esa tarde era fría y con mucho viento y la gente se encontraba frustrada y no estaba preparada para la larga espera en el estacionamiento, que duró casi una hora.
Una vez que llegamos al frente de la línea un trabajador de la salud nos entregó mascarillas desechables para ponernos sobre las que ya teníamos. Después nos guiaron a otra larga fila dentro de las instalaciones y esperamos nuevamente. Una vez que llegamos al frente de la segunda línea, nos pidieron que usaramos desinfectante para las manos y nos señalaron dos líneas: una para pacientes y otra para no pacientes. Entramos en la segunda línea y luego vino otra larga espera.
Finalmente llegamos al frente. ¿Fue este el final de tan larga espera? No fue asi. Una vez que se verificó la identidad y la información del seguro médico de mi abuela, nos guiaron a otra línea. Este parecía ser el paso final. Una enfermera nos llamó hacia otro cuarto, verificó la información de mi abuela una vez más y le administró su primera dosis de la vacuna Pfizer-BioNTech.
Cuando vi a la enfermera darle la inyección a mi abuela, una sensación de alivio me recorrió de pies a cabeza. No podía creer que después de casi un año de aislamiento y de tomar medidas adicionales para mantener a mi abuela fuera del alcance del virus, mi familia estaba cerca de finalmente poder reunirse.
En los últimos meses, mi abuela ha mostrado señales de depresión. A casi un año de comenzar la pandemia, no ha podido ver a mis hermanas ni a su hijo el cual viaja desde México dos veces al año para visitarla. Si bien tiene el privilegio de vivir con mis padres y dos de mis hermanos aquí en Oakland, y todos nos turnamos para cuidarla, todavía le resulta difícil no ver al resto de la familia.
Después de que le pusieron la inyección, un pellizco rápido que solo la hizo flaquear durante unos segundos, la enfermera nos guió a una sala de espera, donde nos dijeron que esperáramos 15 minutos para monitorear cualquier posible reacción alérgica. Mi abuela fue una campeona, no tuvo ninguna reacción. Se sintió agravada por la larga espera y estaba lista para irse a casa. No muy lejos de donde estábamos esperando, dos enfermeras paseaban a un paciente que se quejaba de sentirse mal. Las enfermeras tomaron rápidamente sus signos vitales. Su presión arterial estaba bien, al igual que sus niveles de oxígeno. Escuché a una de las enfermeras decirle al hombre que estaba teniendo un ataque de pánico. Entendí cómo se sentía. Había pasado casi un año desde que estuve en un lugar cerrado con tanta gente. Si bien la sala del lugar de prueba era grande y todos usaban una mascarilla, era un desafío mantenerse a una distancia segura, sin importar cuántas marcas hubiera en el piso.
Mantuve la silla de mi abuela de espaldas al hombre que se sentía enfermo y puse una alarma en mi celular para que sonara en 15 minutos. Pronto, se formó otra línea para programar una cita para la segunda dosis y salir de la instalación. Para cuando llegamos al frente, habían pasado otros 30 minutos más o menos.
Finalmente, llegamos al frente de la última línea y nos llamaron para concertar una cita para la segunda dosis. Mi abuela tiene programado regresar el domingo 21 de febrero. Para esa cita, mi hermana vendrá para hacer fila afuera mientras mi abuela espera en el auto. Nuestra esperanza es que para entonces, el personal habrá descubierto una manera de evitar que los ancianos tengan que esperar tanto tiempo afuera a la intemperie.
Después de que llegamos a casa, mi abuela estaba bien. No fue hasta horas después que se quejó de dolor en el brazo. El dolor duró toda la noche, pero una vez que tomó un analgésico, el malestar disminuyó y se sintió mejor. No tuvo reacciones alérgicas ni efectos secundarios.


En total, el proceso de vacunación tomó cerca de tres horas. Nuestros abuelos merecen algo mejor. En algunas otras partes del estado, según lo que he leído, el proceso parece ser relativamente más fácil: el columnista de Los Angeles Times Gustavo Arellano documentó cómo llevó a su padre a un centro de vacunación en Santa Ana y describió el proceso como “sin interrupciones.” Y el editor de Cap Radio News en Sacramento, Nick Miller, tuiteó sobre la buena experiencia de su madre en un sitio de vacunación en Carmichael. Después de que tuiteó sobre el proceso para concertar una cita a través de Stanford Medical, la fotoperiodista del periodico San Francisco Chronicle, Jessica Christian, también tuiteó que su madre y su abuelo se vacunaron a través de este proveedor médico.
Aquí en Oakland, espero que el sitio de vacunación masiva que acaba de abrir sus puertas en el estacionamiento del coliseo ayude a aliviar algo de frustración por la falta de citas disponibles en otros lugares. Aún queda mucho por hacer para llegar adecuadamente a las comunidades más vulnerables de nuestra ciudad con vacunas e información sobre COVID-19. Sesenta y siete de las personas que murieron en Oakland por COVID-19 eran residentes afroamericanos, que es aproximadamente el 38% del número total de muertes por COVID-19 de la ciudad, a pesar de que esta población representa solo el 24% del total de la ciudad. Los residentes latinos en Fruitvale y el resto del este de Oakland representan el segundo mayor número de muertes detrás de los residentes afroamericanos, con 38 muertes, o el 22%, del total de la ciudad. (La comunidad Latina representa aproximadamente el 26% de la población total de Oakland).
Mientras esperamos que haya más dosis de vacunas disponibles, debemos permanecer vigilantes y seguir cuidando a nuestros seres queridos y disipar teorías de conspiración o información falsa sobre la vacuna. Mi abuela es todo mi mundo y nunca la pondría en peligro. Entre mi familia inmediata, nunca hubo dudas sobre si recibiría la vacuna o no. Hemos estado esperando pacientemente este momento. Mi hermana, que es enfermera en Connecticut y trabaja actualmente en una unidad de COVID, recibió la vacuna Moderna el mes pasado. Mi hermano, un asistente dental, se vacunará en Sutter en Berkeley a finales de este mes. El resto de la familia espera pacientemente cuando sea nuestro turno.
Aunque mi abuela pronto estará completamente protegida, mi familia no bajará la guardia. Continuaremos usando doble mascarilla cuando salgamos a la calle, no nos reuniremos en grupos con personas que no son parte de nuestra burbuja social y seguiremos apoyando a los restaurantes locales no comiendo al aire libre, sino haciendo pedidos de comida para llevar y comer en casa. Permaneceremos alerta hasta que se vacune a suficientes personas y podamos decir verdaderamente que esta pandemia ha quedado atrás.