Credit: Amir Aziz

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Este artículo fue traducido por Azucena Rasilla.

Este informe es una colaboración entre Oaklandside y el laboratorio de noticias en español de Oakland, El Tímpano.

Fue el lunes después de Navidad cuando María González se sintió enferma por primera vez. “Al mediodía, me empezaron a doler los huesos,” dijo. Fue al mercado cerca de su casa en el este de Oakland para comprar algunas verduras, luego preparó la cena para sus hijos, su esposo y ella.

“Después de comer, me senté en la silla y no supe qué hacer. Temblaba, me dolía el cuerpo, me dolía la cabeza. Tenía frío, mucho frío.” Fue a acostarse, y cuando se levantó unas horas más tarde para tomar un analgésico se encontró “empapada en sudor, como si acabara de salir de bañarme, completamente empapada en sudor y con un dolor que no desaparecía.”

González, de 47 años, relató esos primeros síntomas una semana después. Para entonces, ya no tenía fiebre, pero el dolor de cuerpo persistía. También había perdido el apetito y los sentidos del gusto y el olfato. El resultado de una prueba en la víspera de año nuevo confirmó que había contraído COVID-19, convirtiéndose en una de los más de 23,000 casos confirmados en el condado de Alameda en diciembre. Es un aumento que ha abrumado al personal del condado encargado de la investigación de casos y el rastreo de contactos, dejando a muchos residentes enfermos como González casi completamente solos para decidir qué hacer para mantenerse a sí mismos y a sus comunidades a salvo después de recibir un diagnóstico positivo.

Los funcionarios de salud pública del condado de Alameda han trabajado con proveedores de servicios comunitarios y clínicas de salud como Lifelong Medical Care, Clínica de la Raza, Roots Community Health Center y otros en Oakland para establecer un sistema coordinado de atención para garantizar que los residentes sepan dónde hacerse la prueba de COVID, y recibir información y recursos para ayudar a frenar la propagación si dan positivo a la prueba. Esto es particularmente importante para los residentes inmigrantes y de bajos ingresos que pueden no tener seguro médico o un médico de atención primaria para buscar ayuda médica si creen que tienen COVID.

Pero nadie del condado contacto a González después del resultado positivo de su prueba, y los funcionarios de salud del condado reconocen que los protocolos no se han seguido para todos debido a la ola de casos que han inundado el condado de Alameda desde noviembre.

“Cuando las tasas de casos son tan altas como lo han sido durante las últimas cuatro a seis semanas, la gran cantidad de casos que se nos notifica todos los días hace que sea muy difícil para nosotros poder contactarlos a todos,” dijo el Dr. Nicholas Moss, el principal funcionario de salud del condado de Alameda, en una entrevista con Oaklandside. “No tenemos la capacidad de responder a todos los que dan un resultado positivo a la prueba.”

Jamie Harris, quien ayuda a coordinar las investigaciones de casos y el rastreo de contactos para el condado en asociación con organizaciones comunitarias, dijo que cada vez que alguien da positivo por COVID-19 en cualquier lugar del condado, se supone que el resultado desencadena un proceso de varios pasos. Primero, la clínica que administró la prueba notificará al paciente el resultado. Luego, la clínica notifica al departamento de salud del condado, que a su vez envía la información a CalREDIE, el departamento de salud pública del estado. Luego, los datos se ingresan en el sistema de seguimiento de COVID del estado, CalCONNECT.

A partir de ahí, se supone que los investigadores de casos que trabajan para el condado y su consorcio de socios comunitarios deben comunicarse directamente con los residentes enfermos para iniciar el proceso de rastreo de contactos y coordinar los servicios para aquellos que necesitan ayuda con cosas como comida, vivienda, asistencia legal y asistencia financiera.

El problema, dijo Harris, es que a pesar de este plan y del aumento del personal del condado para respaldarlo, actualmente hay más de 200 empleados del condado y de la comunidad que realizan un seguimiento directo de las personas que dan positivo, dijo ella. Sin embargo, la inmensidad del aumento de casos actualmente el cual comenzó en noviembre ha hecho esencialmente imposible la tarea de establecer contacto directo con todos los que dan positivo.

“Es solo una cuestión de números,” dijo Harris. “Todos estamos sufriendo mucho al no poder implementar completamente el sistema que hemos estado construyendo durante los últimos nueve meses.”

El número de casos nuevos de COVID en el condado de Alameda aumentó considerablemente en diciembre. De los aproximadamente 59,000 casos totales que se han registrado en el condado desde el inicio de la pandemia, más del 47% ocurrió después del 1 de diciembre. Para poner eso en perspectiva, el 1.7 por ciento de todos los residentes del condado, más de 28,000 personas, dieron positivo al COVID-19 desde diciembre.

Katie Cobian, supervisora ​​de rastreo de contactos en La Clínica de La Raza en Fruitvale, una de las clínicas comunitarias que coordina con el condado, dijo que su equipo encargado de proveer recursos hace llamadas telefónicas todo el día, pero simplemente no es suficiente. “Realmente no es posible llegar a todos de la manera que nos gustaría. Son los números que van en aumento.”

Saliéndose de las manos

González, la residente del este de Oakland que se enfermó después de Navidad, pertenece a varias de las categorías de alto riesgo para las que se diseñaron los sitios de prueba gratuitos del condado y los protocolos de rastreo de contactos. Vive en el este de Oakland, que tiene las tasas de infección más altas del condado. Carece de un médico de atención primaria y está teniendo problemas para pagar las cuentas después de perder su trabajo en un restaurante el año pasado, y enfrenta un aumento de alquiler por parte del nuevo propietario de su vivienda. Al igual que aproximadamente la mitad de quienes han contraído el virus en el condado de Alameda, ella también es miembro de una comunidad latina: una inmigrante mexicana que ha ha llamado a Oakland su hogar desde hace 20 años. 

Antes de enfermarse con COVID-19, González siguió las pautas de salud pública para tratar de mantenerse sana. Ella se mantuvo dentro de su casa con sus hijos, de 9 y 11 años, casi todo el año para evitar la exposición al virus. Aún así, era imposible para la familia evitar interactuar con otras personas. Su esposo trabaja en la construcción y sale varios días a la semana a los lugares de trabajo. Sin lavadora en casa, González depende de la lavandería en su vecindario. También salía de casa para comprar alimentos cada una o dos semanas y ocasionalmente visitaba un banco de alimentos.

Dos días después de comenzar con los síntomas, González acudió al Centro de Salud de West Oakland, una de las clínicas que coordina con el condado para proporcionar pruebas de COVID-19 gratuitas. No es el más cercano a su casa, pero González había escuchado que en ese sitio podría obtener los resultados más rápido. Veinticuatro horas después, le llegó un mensaje de texto con el resultado positivo.

“No decía nada más, solo que alguien del condado me llamaría,” dijo González. Pero nadie llamó ese día ni el siguiente. Durante una semana completa después de enfermarse, El Tímpano, un servicio de noticias en español con el que se había puesto en contacto para saber dónde hacerse la prueba, fue la única fuente que le brindó orientación del departamento de salud. (El Tímpano, que es liderado por uno de los autores de esta historia, recibe fondos de la Agencia de Servicios de Salud del Condado de Alameda para brindar información de salud pública a su audiencia). Solo después de que El Tímpano se comunicó con los funcionarios de salud del condado sobre su caso, González recibió una llamada.

Los funcionarios del condado que hablaron con Oaklandside el viernes no pudieron poner un número de cuántas personas, como González, dieron positivo sin un seguimiento directo posterior por parte de los trabajadores de salud del condado o de la comunidad. Lo que está claro, sin embargo, es que no se espera que se agreguen pronto, si es que eso pasa, capacidad adicional para la investigación y el rastreo de casos.

Eso se debe en gran parte a los presupuestos, el tiempo que lleva capacitar e incorporar al nuevo personal, y una sensación de que los recursos y el personal del condado existentes se desplegarán mejor en los hospitales y apoyarán los esfuerzos de vacunación, dijo Moss. “Necesitamos dejar de establecer la expectativa de que cada persona que dé positivo recibirá una llamada del departamento de salud,” agregó.

Lo que ha demostrado el aumento en casos, explicó Moss, es que “necesitamos tener otras estrategias más allá de la investigación de casos y el rastreo de contactos para tratar de prevenir la transmisión de enfermedades,” como alentar a las personas a continuar en cuarentena, lavarse las manos y usar cubrebocas.

Mientras tanto, para aquellos que dan positivo en la prueba, el condado ha tenido que depender de medidas provisionales y enfocar sus investigaciones de casos en poblaciones de alta prioridad. Se desarrolló un sistema escalonado, dijo Harris, que da prioridad a las personas que viven en códigos postales con las tasas de casos más altas, incluidos el este de Oakland y zonas de Hayward, y personas que viven en entornos residenciales congregados, como hogares de ancianos, refugios para personas sin hogar e instalaciones de atención médica donde la infección se ha extendido y el número de muertes relacionadas con COVID ha sido mayor.

Para todos los demás, dijo Harris, el condado ha ideado otras formas de transmitir información importante. Todos los que dan positivo en la prueba deben recibir al menos un mensaje de texto, dijo, seguido de un paquete físico enviado por correo a su casa que contiene orientación sobre cómo ponerse en cuarentena y mantener a sus seres queridos a salvo, una lista de recursos comunitarios y números para llamar. Si los residentes mencionan un idioma que no sea inglés o español (esos idiomas se envían por correo como una cuestión de rutina, dijo Harris) durante la admisión del examen, deben recibir los materiales del paquete en su idioma preferido. “Teóricamente, todos deberían ser contactados o contactados,” dijo Harris. “Simplemente no con una llamada telefónica.”

Aún así, dijo, comunicarse a través de mensajes de texto y paquetes de papel, que pueden tardar días en llegar por correo, no es lo ideal. Los números de teléfono y las direcciones de correo recopilados en los sitios de prueba a veces no están completos o son incorrectos, y la gran cantidad de casos puede hacer que varias personas no reciban esta información.

“Siento que todos los días estamos solucionando problemas, creando soluciones para un problema de gran magnitud que nunca habíamos visto antes,” dijo Harris. “No hay un sistema mágico. Son las personas las que forman estos equipos, y todos están trabajando muy duro para intentar hacer todo lo posible. Es una acusación al ver el fracaso causado por las formas en que se le provee dinero y recursos a la atención médica en este país.”

Miembros de la comunidad en busca de recursos

No es solo la información y el rastreo de contactos lo que los residentes afectados se están perdiendo debido al retraso. También son recursos. En agosto pasado, los supervisores del condado de Alameda aprobaron el programa ARCH, un paquete de ayuda económica de $10 millones de dólares para residentes de bajos ingresos que dan positivo al COVID-19. En ese momento, la directora de la Agencia de Servicios de Atención Médica del Condado de Alameda, Colleen Chawla, declaró que “nos ayudará a reducir la propagación del COVID-19 al brindar asistencia financiera a los residentes que dan positivo en la prueba y no tienen los medios para aislarse de manera segura.”

Para que los residentes elegibles reciban el aporte económico de $1,250 dólares, tendrían que hacerse la prueba en una clínica comunitaria y contestar su teléfono cuando un trabajador de salud los llame.

A principios de enero, dos semanas después de que Araceli Montano dio positivo en un centro de pruebas comunitario de Lifelong Medical Care en West Oakland, todavía estaba esperando esa llamada. Montano, de 44 años, su esposo y su hija de 11 años dieron positivo el 14 de diciembre. Después de que la familia salió de su cuarentena de 10 días, Montano todavía estaba tratando de comunicarse con el condado para obtener ayuda financiera, ya que ella perdió dos semanas de trabajo y sueldo por enfermedad.

“Llamé al 2-1-1 para pedir información y me dijeron que no había fondos.” Su hermana, que también estaba enferma, le dio un número de Sacramento, pero nadie respondió. Solo después de que El Tímpano se comunicó con el condado sobre el caso de Montano, alguien del condado hizo un seguimiento con ella.

El programa ARCH, que fue financiado por el proyecto de ley de estímulo federal aprobado en marzo pasado, finalizó oficialmente el 8 de enero, y los funcionarios del condado le dijeron a Oaklandside que actualmente no hay ningún plan para extenderlo. Cobian, supervisora ​​de rastreo de contactos en La Clínica, dijo que su equipo pudo presentar 339 solicitudes en nombre de los miembros de la comunidad antes de que cerrara el programa.

Depender de los remedios caseros, la familia y los vecinos mientras la ayuda oficial se desploma

Sin recibir información de los funcionarios de salud locales, María González hizo lo que pudo para cuidar de su familia, contener el virus y determinar dónde pudo haberlo contraído y a quién podría haber expuesto.

El segundo día que se sintió enferma, González le dijo a su esposo: “Ve a dormir a la habitación de los niños porque siento que esto es más que una fiebre.” Pero se negó a creer que ella tuviera COVID-19 y siguió a su lado. Al día siguiente, le empezo a doler el cuerpo y la semana siguiente el también dio positivo.

Después de eso, todos en casa empezaron a usar mascarillas y guantes, y González y su esposo se quedaron en su habitación lo más que pudieron. Siempre que iba al baño, se ponía guantes y luego lo desinfectaba con Clorox. Sus hijos se quedaron en su propia habitación y González les dijo que se mantuvieran alejados de ella. “Mi mayor preocupación es que mis hijos puedan tener esto.” Ella está especialmente preocupada por su hijo más pequeño, que tiene asma.

A medida que evolucionaron sus síntomas, González y su esposo buscaron el consejo médico de sus familiares. Una prima de González, quien es doctora en la Ciudad de México, les mando mensajes a través de la aplicación WhatsApp y le dijo cómo tratar los dolores y las náuseas. Su hermano quien vive en San Mateo tuvo COVID hace unos meses y su esposa les compartió los métodos que les funciono. 

“Me dijo que hiciera un té de canela, con limón, jengibre, cebolla morada y orégano, y miel y que lo bebiera muy caliente,” dijo. La pareja consumió una olla del té todos los días y, aunque no hay evidencia médica de que la bebida sea efectiva contra el COVID-19, ella cree que podría estar ayudando.

Lo que González sí sabe es que analizar los consejos de amigos y familiares no es la mejor manera de tratar un virus tan grave. Si un trabajador de la salud del condado la hubiera contactado una semana después de su enfermedad, dijo: “Tendría muchas preguntas”, como qué medicamento tomar. “La gente simplemente escucha cosas y hace lo que hace porque no tiene ninguna información.”

Con la ayuda de El Tímpano, González ahora está en contacto con los trabajadores de salud del condado sobre su enfermedad. También tiene su línea de consejos familiares en WhatsApp, una hermana que le lleva despensa, y vecinos que han cocinado sopa para la familia, dejándola afuera para que la recoja el esposo de González, usando cubrebocas y guantes y sin tener contacto con ellos.

“Es una enfermedad horrible,” dijo González. “No quiero que se enfermen ni mis hijos ni nadie más.” A pesar de sus esfuerzos para mantenerse en cuarentena y prevenir la propagación del virus, puede que sea demasiado tarde. El día que hablamos, el compañero de trabajo de su esposo fue a hacer una prueba. Había estado sufriendo de escalofríos.

Azucena Rasilla is a bilingual journalist from East Oakland reporting in Spanish and in English, and a longtime reporter on Oakland arts, culture and community. As an independent local journalist, she has reported for KQED Arts, The Bold Italic, Zora and The San Francisco Chronicle. She was a writer and social media editor for the East Bay Express, helping readers navigate Oakland’s rich artistic and creative landscapes through a wide range of innovative digital approaches.